Hay dos definiciones sobre el yoga que me encantan. La más común y literal es que "yoga" significa unión: unión con la conciencia, unión con nosotros mismos. Es un estado de dicha en el que se disuelven las fluctuaciones mentales y podemos habitar la vida y el presente sin filtros, sin juicios y en completa unión.
La segunda definición, y esta es mi favorita, es que el yoga es relación: la relación con nosotros mismos, la relación con otras personas, la relación con lo material o cualquier cosa con la que tengamos un vínculo.
Si analizamos una relación, nos damos cuenta de que tiene mucho que ver con cómo percibimos aquello con lo que nos relacionamos. Dependiendo de nuestro estado interno, podemos percibir una misma realidad de distintas maneras.
Me gusta ver la práctica de posturas, o asanas, como diferentes situaciones que le planteamos a nuestro cuerpo y mente, donde podemos observar los patrones que emergen. Observamos cómo nos relacionamos con cada postura y cómo respondemos a las emociones que surgen en ellas. Reflexionamos sobre cómo transitamos los desafíos y enfrentamos nuestros miedos, y hacia dónde va nuestra mente cuando algo se siente cómodo. A lo largo del tiempo, al exponernos más a nuestra práctica de yoga, notamos que nuestra relación con las posturas cambia: lo que antes nos daba miedo ahora se convierte en una fuente de coraje.
Lo que antes parecía imposible ahora nos ofrece herramientas para abordarlo. Donde antes sentíamos que no había espacio, ahora encontramos expansión. Lo que antes evitábamos, ahora lo habitamos. Con una práctica sostenida, nos damos cuenta de la naturaleza impermanente del ser humano, de nuestros pensamientos y emociones. Comprendemos que lo único constante es el cambio y que no hay una realidad absoluta; nuestros pensamientos y emociones son estados internos, no la realidad. Al conectar con la conciencia, descubrimos un poder y un potencial infinitos dentro de nosotros.
Es en este proceso donde desarrollamos la capacidad de discernimiento y podemos convertirnos en creadores de nuestra propia realidad. Al trabajar en nuestro estado interno, podemos percibir distintas realidades y abrir infinitas puertas y posibilidades para explorar, transformar y desarrollarnos. Rompemos patrones y salimos de creencias limitantes, lo que nos brinda más capacidad de elegir lo que queremos nutrir, cultivar y dar vida. Así, realmente podemos generar un cambio en el impacto que tenemos sobre esta tierra.
A través de las posturas, el yoga va alineando el cuerpo, tonificando el sistema nervioso y estimulando la digestión y todos los sistemas, lo que nos permite sentirnos mejor internamente. Creamos coherencia, armonía y equilibrio, lo que nos ayuda a percibir la realidad de una mejor manera. Con el tiempo, sentimos la necesidad de crear, de servir y de entregar, porque internamente nos sentimos más completos, plenos y vibrantes.